13 ene 2007

K merodea por FiedrichStrasse

K merodea por FiedrichStrasse. No teme a la Volkspolizei. ¿Quién se atrevería a detener a uno de los agentes más laureados de la KGB? Han caído tantas bazas occidentales a sus pies… Si K cruza al oeste con una baza o un agente “debe haber alguna razón”. Es este aura de impunidad lo que le convierte en tan valioso para los americanos.

K sabe que el único motivo para luchar por uno de los bandos es haber empezado en alguno de ellos y él hace tiempo que ya no recuerda el suyo. Tantos años como agente doble le han destruido. K está vacío, sus dos mitades se anulan.


K descuelga el teléfono. Usa el procedimiento de siempre.-Yanev, aquí Kaveliev. Prenzlauer Allee con KrügerStrasse. A las seis. Te lo marcaré dándole fuego-.

K sale entonces a la calle. Entra en "die fünf Ziegen". Pide un café y mira a Berger. Éste entiende y pulsa un pequeño interruptor bajo la barra. Ahora el teléfono es seguro. K repite lo que ha hecho cientos de veces. Lee el periódico, fuma dos cigarros, apura su café y sólo entonces se dirige a la cabina.-Hola Collins, soy Keane. Será a las seis. Prenzlauer Allee con KrügerStrasse. Le daré fuego-.

K se pone en marcha a las seis menos diez. Camina tranquilamente y llega puntual al lugar indicado. K mira al cielo –gris, como siempre-. K enciende un cigarro. Ni Collins ni Yanev comprenden: K jamás les había fallado antes. Dudan y huyen a la carrera. K lo asume. Ninguna de sus mitades puede acabar con la otra. Si K quiere su paz, esta vez tendrá que mancharse él mismo las manos de sangre.

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1 dic 2006

Las ciudades y los cambios

A ochenta millas de proa al viento maestral el hombre llega a la ciudad de Eufamia, donde los mercaderes de siete naciones se reúnen en cada solsticio y en cada equinoccio. La barca que fondea con una carga de jengibre y algodón en rama volverá a zarpar con la estiba llena de pistacho y semilla de amapola, y la caravana que acaba de descargar costales de nuez moscada y de pasas de uva ya lía sus enjalmas para la vuelta con rollos de muselina dorada.
Pero lo que impulsa a remontar ríos y atravesar desiertos para venir hasta aquí no es sólo el trueque de mercancías que encuentras siempre iguales en todos los bazares dentro y fuera del imperio del Gran Kan, desparramadas a tus pies en las mismas esteras amarillas, a la sombra de los mismos toldos espantamoscas, ofrecidas con las mismas engañosas rebajas de precio.
No sólo a vender y a comprar se viene a Eufamia sino también porque de noche junto a las hogueras que rodean el mercado, sentados sobre sacos o barriles o tendidos en montones de alfombras, a cada palabra que uno dice -como «lobo», «hermana», «tesoro escondido», «batalla», «sarna», «amantes»- los otros cuentan cada uno su historia de lobos, de hermanas, de tesoros, de sarna, de amantes, de batallas.
Y tú sabes que en el largo viaje que te espera, cuando para permanecer despierto en el balanceo del camello o del junco se empiezan a evocar todos los recuerdos propios uno por uno, tu lobo se habrá convertido en otro lobo, tu hermana en una hermana diferente, tu batalla en otra batalla, al regresar de Eufamia, la ciudad donde se cambia la memoria en cada solsticio y en cada equinoccio.
Italo Calvino